Hace unas semanas, el lobo que solía aullar por las noches, bajó al jardín de la casa. Mi hijo y yo lo ahuyentamos a pedradas, logrando pegarle de tal forma que, apenas se repuso de los golpes, huyó seriamente lastimado, con la cabeza gacha y sin ánimos de volver. Esa fue la última vez que supimos de él.
Meses después, a mi hijo se le ocurrió una teoría. «El lobo ya no vive en este mundo», me dijo. «¿Entonces en donde vive?», le pregunté. «En la luna», respondió, «así ya no tiene que levantar su cuello lastimado para aullar».
Meses después, a mi hijo se le ocurrió una teoría. «El lobo ya no vive en este mundo», me dijo. «¿Entonces en donde vive?», le pregunté. «En la luna», respondió, «así ya no tiene que levantar su cuello lastimado para aullar».