sábado, 28 de noviembre de 2009

Teorías

«Siendo la Nada todo aquello que no pertenece a lo creado, es potencialmente mucho más grande que todo lo que existe. Si lo que existe es inmenso, la Nada es más inmensa aun; si lo que existe es infinito, la Nada es más infinita aun. ¿Creen que Dios está por encima de todo? No. Encima de él está la Nada. Dios no sabe donde empieza lo que él creó ni tampoco sabe donde termina. La única certeza que tiene es que la Nada avanza y no se detiene: lo destruye todo, lo engulle todo, y él no puede impedirlo». El silencio en el salón de clases era pura expectación. La pausa del profesor, tensa pero justa, terminó cuando expuso la idea que redondeaba el argumento. «Dios le teme a la Nada», concluyó.
Segundos después todo empezaba a desvanecerse.

martes, 17 de noviembre de 2009

Una serie de sucesos ó Sobre la ley del Talión

El pueblo enardecido clamaba el fin de la monarquía; esa monarquía que durante muchos años había traído guerra y muerte; esa muerte que acechaba ahora al rey, desnudo en el cadalso, oprimiendo su cruel corazón; ese corazón que a cada martillazo del herrero latía más lento, como si con cada estruendo supiera que se acercaba el final; ese final que derrocaría su omnipotencia simbolizada en su corona; esa corona, ahora al rojo vivo, que en cada golpe se iba alargando para formar la espada que usarían para cortarle la cabeza.

martes, 3 de noviembre de 2009

Regicidio

Puñal en mano, la estocada fue certera y por la espalda. La habitación del rey, toda teñida de sangre, fue la única testigo del crimen. «Sic semper tyrannis», el fin de una tiranía, pensó el asesino. Seis años habían pasado y no estaba dispuesto a soportar un día más. Era tiempo de un cambio de reinado, de un cambio de tirano.
Después de estar seguro de haberlo matado, se levantó y sacudió mientras su pecho iba llenándose de orgullo. Había fraguado y llevado a cabo su plan maestro sin la ayuda ni el consejo de nadie. Ahora, por derecho, todo lo que alcanzaba su vista le pertenecería; su hermano mayor, el de la corona depuesta, ya no podría impedirlo. «Ha muerto el rey. Que viva el rey», gritó.
El llamado materno lo sacó de golpe de sus meditaciones. «Niños, dejen de jugar y bajen a comer». El nuevo monarca sonrió. No podía esperar para decirle a su madre que ese día sobraría un plato en la mesa.