miércoles, 16 de diciembre de 2009

Sobre la debilidad de la carne ó De los fetiches cumplidos

Cuando él entró a mi negocio y me pidió que le hiciera un tatuaje en la nalga derecha con aquellas características, me sorprendí, pero no hice preguntas. Días después regresó y me pidió exactamente la misma figura en la nalga izquierda, y yo, un tatuador serio y profesional, satisfice a mi cliente sin cuestionarlo.
Pasó el tiempo y él seguía regresando, siempre pidiendo el mismo diseño. Fueron muchos tatuajes después, cuando la confianza entre nosotros era un poco más sólida, que me atreví a preguntar. Él sonrió y se limitó a responder «son mis trofeos, mis amores», con la certeza de que yo entendería, y así fue.
Ese día salió de mi negocio con su tatuaje número noventa y nueve, orgulloso, altanero. Yo estaba seguro de que no tardaría en regresar para que le tatuara su centésima figura, aquel perfil de monja que yo ya conocía de memoria, en los pocos espacios que quedaban sobre su piel. También sabía que en esa ocasión lo pediría en el pecho, cerca del corazón.

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