lunes, 7 de septiembre de 2009

Historia de pueblo

Recuerdo que éramos inseparables. Todos los días y a todas horas se nos veía juntos, salvo esa noche que peleamos y ella corrió por aquellos callejones en los que le habían dicho que nunca debía meterse, callejones oscuros, húmedos. Nunca supe exactamente que pasó esa noche; nunca supe por qué, desde ese día, empezó a llorar.
Unos meses después, a punta de pistola me casaba con ella. «Vas a responder por el hijo que ella lleva en el vientre», gritaba su padre. Así caminé al altar y así la desposé. Ella no dijo nada; yo tampoco lo hice. La verdad es que ninguno de los dos entendíamos que pasaba.
Ahora, varios años después, lo entiendo todo. Comprendo a su padre, comprendo su llanto y sé que el hijo que cuido y alimento no es mío. Ha sido un proceso largo, pero por fin creo que este entendimiento me traerá la felicidad que busco, esa felicidad a lado de mi esposa, esa esposa que el destino eligió para mi cuando yo tenía doce años.

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