sábado, 31 de enero de 2009

Breve estudio sobre la versión de un Nocturno de Chopin, en medio del sueño.

Vivimos en la tranquilidad ontológica de saber que basta enunciar una palabra para poder romper ese silencio que vive de ocultar la existencia. Todo es ruido, diría Ciorán, y sin embargo me encuentro completamente extasiado por el silencio que el intérprete de esta pieza va creando conforme va liberando nota tras nota: esa forma deliberada de darle ritmo y cadencia a la música a través del mutismo. El silencio como precursor del ruido, el ruido como preámbulo del silencio. Vida y muerte.
¿Acaso dejo de existir entre dos latidos de mi corazón? Yo soy como esta versión (y sólo como esta versión) de este Nocturno de Chopin. Existo como un puntillista de mi mismo, nota por nota, y de vez en cuando un acorde, y entre todo esto, sosiego.
Y después, la existencia como una meseta, como el mar hecho un espejo, como acordes graves tras acordes graves. Ruido uniforme que lo llena todo. La respuesta es sí. Sí dejo de ser cuando hay un descanso entre latido y latido.
Y de la nada, el puntillismo de nuevo. Dos, quizás tres acordes, una nota suelta, un poco de melancolía manejada a través del tiempo y el compás... y de repente todo acaba de manera abrupta, sin aviso, en un eterno silencio. He aquí el presente... ¿Y después?

jueves, 29 de enero de 2009

Las palabras son metáforas muertas...

El muerto y el arrimado a los tres días apestan... y la palabra lleva muerta desde que se volvió convencional. El lenguaje aprisiona, encierra, mata. La cosa a la que la palabra hace referencia pierde todo su misticismo en el momento en que es nombrada por primera vez. Así, el hombre encuentra el sentido construyendo castillos lógicos con cadáveres de prostitutas, cadáveres que se venden al mejor postor. Esos son las palabras, prostitutas muertas, el nivel más bajo de la semiótica, la jaula en donde se encierra todo el misticismo del mundo...

miércoles, 28 de enero de 2009

Escribir...

La hoja en blanco como metáfora de la vida se levanta frente a mí y me confronta. Abandonar la realidad y el tiempo como la revelación de cada instante. Dejar de existir en el presente. Enajenar los sentidos y sólo sentir aquello que se desea expresar. Asignar a cada palabra un significado de fatalidad. Morir en cada punto, en cada coma. Escribir.
Como en el proceso creativo, la vida no es un continuo, no se vive todos los días, y ese lapso entre vida y vida no es otra cosa más que un ensayo de la muerte.
La vida plena es, entonces, la resurrección en cada instante, o desde otro enfoque, la constante muerte. Transformar cada momento en una muerte para poder nacer de todas las formas posibles. Serlo todo, abarcarlo todo…